Saltos al vacío y saltos de fe

Comparto mis críticas de dos títulos que se estrenaron recientemente en la cartelera peruana: el drama con elementos de ciencia ficción Megalópolis (que compitió por la Palma de Oro en el Festival de Cannes) y la película de terror Hereje (por la cual Hugh Grant está nominado al Golden Globe).


Megalópolis (Megalopolis, Estados Unidos, 2024) es una película inclasificable, imperfecta, desconcertante, caótica y audaz. El veterano cineasta Francis Ford Coppola entrega una obra ambiciosa, en la que revolotean un sinfín de descaradas propuestas visuales junto a lúcidas reflexiones filosóficas y existencialistas sobre el estado actual del mundo, de la política y del arte. No todo funciona, pero aun así fascina. No todo convence, pero igual deslumbra. Es la obra de un hombre libre.

Coppola concibe el relato como una fábula ambientada en la ciudad ficticia de Nueva Roma, en la que un arquitecto visionario llamado Cesar Catilina (Adam Driver) busca construir un futuro utópico. Sin embargo, el corrupto alcalde de la ciudad, Franklyn Cicero (Giancarlo Esposito), se opone férreamente a sus planes. Mientras tanto, la hija de Cicero, Julia (Nathalie Emmanuel), empieza a trabajar junto a Cesar y pronto nace la atracción entre ellos.

Se ha escrito y discutido mucho sobre el largo y arduo proceso de Coppola para llevar esta película a la pantalla, que incluyó 4 décadas de gestación y la negativa de todos los grandes estudios de Hollywood de financiar el proyecto, por lo que el cineasta tuvo que invertir 120 millones de dólares de su propio bolsillo. En un acto autoconsciente o tal vez irónico, la película representa un reflejo de los propios problemas y obstáculos del director para realizarla. A fin de cuentas, es la historia de un genio (un alter ego de Coppola) que se revela al statu quo y se enfrenta al poder político y económico para poder llevar a cabo su visión creativa, para materializar su obra vanguardista, aunque se opongan todos aquellos que le temen al cambio.

Tanto a nivel narrativo como a nivel visual, la película es desnivelada y contradictoria. El guion ofrece provocadores paralelos entre la caída del antiguo imperio romano y la decadencia de la actual clase política de Estados Unidos, pero al mismo tiempo dispara subtramas que deja abandonadas a medio camino (como la de un satélite soviético) para luego distraerse en otro asunto que le parece más urgente. Por otro lado, algunas imágenes bellísimas y evocadoras como las de unas estatuas que cobran vida al mismo tiempo que se derrumban, conviven junto a algunos decorados bastante kitsch y unos efectos visuales poco convincentes.

Esos mismos desniveles se perciben en el desempeño del elenco. Mientras Adam Driver abraza con convicción su rol de genio torturado y obsesivo, Aubrey Plaza y Shia LaBeouf oscilan entre la solemnidad de una obra de Shakespeare y la parodia de un sketch cómico. Y eso es Megalópolis: una explosiva mezcla de referencias, reflexiones y estilos con los que Coppola, a los 85 años, salta al vacío, sin miedo de caer, pero con la adrenalina de saber que está volando. “Cuando saltamos a lo desconocido, demostramos que somos libres”, dice el protagonista Cesar Catilina. Y no cabe duda que esta película es la obra de un hombre que no tiene nada más que probarle a nadie, al que no le importa arriesgarse aunque se equivoque, al que solo le motiva seguir encontrando nuevas formas de expresión en el arte que ama tanto. ¿No es eso acaso una muestra de arrebatadora libertad?

Calificación: 6/10.


Hereje (Heretic, Estados Unidos, 2024) es una película tensa e inquietante, que, sobre todo en sus dos primeros tercios, ofrece un debate inesperadamente enriquecedor sobre teología y plantea estimulantes preguntas sobre la forma en la que las distintas religiones tienen similitudes y puntos de contacto, pero no en el contexto de una clase académica, sino bajo las convenciones del cine de terror y el thriller psicológico. Si bien al llegar al tercer acto, la película pierde la fe en la coherencia narrativa, durante todo el metraje Hugh Grant oficia la celebración litúrgica de despojarse de su carisma habitual para construir un villano endemoniado.

Dos jóvenes misioneras (Sophie Thatcher y Chloe East) de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días van puerta por puerta predicando e intentando convencer a los incrédulos. Un día llaman a la puerta del señor Reed (Hugh Grant), quien las invita a pasar y les ofrece un pastel de arándanos. La conversación, aparentemente inofensiva, empieza a volverse paulatinamente tensa y cuando ellas desean retirarse de la casa, se dan cuenta de que no podrán irse tan fácilmente. Han sido encerradas en contra de su voluntad y ahora deben luchar por su vida.

Los directores Scott Beck y Bryan Woods (quienes escribieron el guion de Un lugar en silencio) establecen una premisa cautivadora, en la que un hombre cínico y hereje intenta remecer los sistemas de creencias de dos devotas jovencitas mormonas. Felizmente el guion les da la oportunidad a ambos bandos, el hereje y las religiosas, de formular argumentos sólidos y que invitan a la reflexión y el intercambio de ideas, sin caer en la tentación de mostrar que alguno de los dos tiene razón. De forma lúdica, varios diálogos crean comparaciones entre las distintas religiones y otros elementos de la cultura pop, desde los restaurantes de comida rápida hasta las canciones populares. Esos paralelos podrían sonar forzados o blasfemos para algunos espectadores, pero sirven para ilustrar algunas tesis que el señor Reed quiere exponer.

Luego de poner sobre la mesa varias ideas desafiantes y establecer un perturbador juego del gato y el ratón en sus dos primeros tercios, lamentablemente en el tercer acto la película desciende (literal y figuradamente) a pasajes y laberintos en los que se suceden una serie de vueltas de tuerca que ni la lógica ni la fe podrían justificar.

Sin embargo, a pesar de su desenlace poco creíble, Hereje es una película que supera en ingenio y ejecución a otras exponentes recientes del género de terror, gracias a una buena construcción del suspenso creciente y a la acertada decisión de ofrecerle a Hugh Grant la oportunidad de convertir esa sonrisa amigable y ese tono arrogante que siempre han sido su marca registrada, en la engañosa fachada de una mente perversa y maquiavélica. Si alguien alguna vez dudó del talento y la versatilidad de Grant, esta película lo volverá creyente.

Calificación: 6/10.

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