Festival de Cine de Lima 2025: Punku y Sendero azul
Comenzando mi cobertura de la edición N° 29 del Festival de Cine de Lima, comparto mis críticas de dos películas que forman parte de la Competencia Latinoamericana de Ficción: la peruana Punku y la brasileña Sendero azul. Ambas compitieron a inicios de este año en el Festival de Berlín.
Punku (Perú, 2025) se presenta como un doble umbral. Por un lado, para sus personajes, porque los dos protagonistas transitan hacia realidades paralelas, desconocidas y enrarecidas, que transforman su identidad. Por otro lado, también es un umbral para los espectadores, porque ingresamos a un relato hipnótico y fascinante, donde lo místico, lo siniestro y lo simbólico se insertan en el tejido de la vida cotidiana.
En un río de la selva, la adolescente machiguenga Meshia (Maritza Kategari) encuentra herido a Iván (Marcelo Quino), apenas unos años menor que ella. Con el ojo gravemente infectado, Iván es llevado a un hospital en Quillabamba, donde lo operan y le retiran el globo ocular. Al poco tiempo, Iván se reúne con su familia, a quienes no veía hacía dos años tras desaparecer misteriosamente. En agradecimiento por haberlo cuidado, Meshia consigue trabajo como mesera en un bar de la familia de Iván. Mientras Iván parece haber perdido la capacidad de hablar o comunicarse, Meshia tienta suerte en un concurso de belleza.
Tal y como ocurría en sus dos primeros largometrajes, Reminiscencias y Videofilia (y otros síndromes virales), en Punku el cineasta peruano Juan Daniel Fernández Molero continúa explorando las posibilidades expresivas y estéticas del cine experimental. A nivel narrativo, la película se divide en varios episodios que, si bien pueden tornarse ocasionalmente dispersos, tienen la virtud de crear atmósferas oníricas y ambiguas que tienen tanto de sueño perturbador como de espejo deformante de la realidad social del país.
A nivel visual, la imagen muta constantemente: alterna el color con el blanco y negro, va del soporte fílmico (en Super 8 y 16 mm.) al soporte digital y altera las relaciones de aspecto de la pantalla, según nos encontremos en un plano más “real” o cercano al mundo de la imaginación o la fantasía. También se siente la influencia de directores como el español Luis Buñuel (el ojo cercenado es un evidente guiño a Un perro andaluz) y el tailandés Apichatpong Weerasethakul (Iván es un paciente aparentemente inconsciente que yace en la cama de un hospital ubicado en una zona selvática, como los soldados de Cementerio de esplendor).
Al igual que Luz y Junior en Videofilia (y otros síndromes virales), Meshia e Iván son dos jóvenes peruanos que tienen en común un halo de extrañeza que los hace sentirse foráneos en su propia tierra, empujados a los márgenes por las expectativas sociales o por fuerzas malignas que pueden tomar la forma etérea de demonios o de amenazas terrenales como los depredadores sexuales que cosifican a una jovencita. Pero cuando se cruzan sus caminos, Meshia e Iván parecen atravesar juntos un umbral hacia otro plano de la realidad donde tal vez ya no están tan solos ni son tan extraños… o al menos se acompañan en esa aventura terrorífica y misteriosa que es crecer en un entorno hostil.
Calificación: 7/10.
Tereza (Denise Weinberg) tiene 77 años, vive sola, es autosuficiente y trabaja en un pequeño pueblo. Un día recibe una orden del gobierno: debe jubilarse y ser trasladada a una colonia especial para ancianos, donde viven aislados hasta el fin de sus días. Pero Tereza no está dispuesta a aceptar esa imposición y emprende un viaje por la Amazonía buscando su libertad.
Luego de las notables Boi Neon (2015) y Divino amor (2019), el cineasta brasileño Gabriel Mascaro vuelve a crear un relato sugerente y cargado de simbolismo, que, de manera contundente, advierte sobre los peligros de los gobiernos neoliberales y de ultraderecha que buscan sofocar y eliminar todo aquello que no consideran productivo, rentable o alineado a los intereses de generar más capital para quienes ostentan el poder político o económico.
Pero Sendero azul no está reñida de pesimismo ni fatalidad. Por el contrario, funciona como un coming of age de la tercera edad, en el que Tereza se embarca en una serie de aventuras y conoce a varios personajes que intentan ayudarla a cumplir su preciado sueño de viajar en avión o simplemente a escapar de las garras del gobierno. Entre esos personajes secundarios destaca la presencia de un irreconocible Rodrigo Santoro como Cadu, el conductor de un barco que cruza el Amazonas.
En un río de la selva, la adolescente machiguenga Meshia (Maritza Kategari) encuentra herido a Iván (Marcelo Quino), apenas unos años menor que ella. Con el ojo gravemente infectado, Iván es llevado a un hospital en Quillabamba, donde lo operan y le retiran el globo ocular. Al poco tiempo, Iván se reúne con su familia, a quienes no veía hacía dos años tras desaparecer misteriosamente. En agradecimiento por haberlo cuidado, Meshia consigue trabajo como mesera en un bar de la familia de Iván. Mientras Iván parece haber perdido la capacidad de hablar o comunicarse, Meshia tienta suerte en un concurso de belleza.
Tal y como ocurría en sus dos primeros largometrajes, Reminiscencias y Videofilia (y otros síndromes virales), en Punku el cineasta peruano Juan Daniel Fernández Molero continúa explorando las posibilidades expresivas y estéticas del cine experimental. A nivel narrativo, la película se divide en varios episodios que, si bien pueden tornarse ocasionalmente dispersos, tienen la virtud de crear atmósferas oníricas y ambiguas que tienen tanto de sueño perturbador como de espejo deformante de la realidad social del país.
A nivel visual, la imagen muta constantemente: alterna el color con el blanco y negro, va del soporte fílmico (en Super 8 y 16 mm.) al soporte digital y altera las relaciones de aspecto de la pantalla, según nos encontremos en un plano más “real” o cercano al mundo de la imaginación o la fantasía. También se siente la influencia de directores como el español Luis Buñuel (el ojo cercenado es un evidente guiño a Un perro andaluz) y el tailandés Apichatpong Weerasethakul (Iván es un paciente aparentemente inconsciente que yace en la cama de un hospital ubicado en una zona selvática, como los soldados de Cementerio de esplendor).
Al igual que Luz y Junior en Videofilia (y otros síndromes virales), Meshia e Iván son dos jóvenes peruanos que tienen en común un halo de extrañeza que los hace sentirse foráneos en su propia tierra, empujados a los márgenes por las expectativas sociales o por fuerzas malignas que pueden tomar la forma etérea de demonios o de amenazas terrenales como los depredadores sexuales que cosifican a una jovencita. Pero cuando se cruzan sus caminos, Meshia e Iván parecen atravesar juntos un umbral hacia otro plano de la realidad donde tal vez ya no están tan solos ni son tan extraños… o al menos se acompañan en esa aventura terrorífica y misteriosa que es crecer en un entorno hostil.
Calificación: 7/10.
Sendero azul (O Último Azul, Brasil, 2025) es una película distópica y de aventuras que erige un monumento a la resistencia y la voluntad inquebrantable de una adulta mayor que se rehúsa a ser descartada y encerrada por un gobierno opresor que trata a los ancianos como mercancía fallada e inservible.
Tereza (Denise Weinberg) tiene 77 años, vive sola, es autosuficiente y trabaja en un pequeño pueblo. Un día recibe una orden del gobierno: debe jubilarse y ser trasladada a una colonia especial para ancianos, donde viven aislados hasta el fin de sus días. Pero Tereza no está dispuesta a aceptar esa imposición y emprende un viaje por la Amazonía buscando su libertad.
Luego de las notables Boi Neon (2015) y Divino amor (2019), el cineasta brasileño Gabriel Mascaro vuelve a crear un relato sugerente y cargado de simbolismo, que, de manera contundente, advierte sobre los peligros de los gobiernos neoliberales y de ultraderecha que buscan sofocar y eliminar todo aquello que no consideran productivo, rentable o alineado a los intereses de generar más capital para quienes ostentan el poder político o económico.
Pero Sendero azul no está reñida de pesimismo ni fatalidad. Por el contrario, funciona como un coming of age de la tercera edad, en el que Tereza se embarca en una serie de aventuras y conoce a varios personajes que intentan ayudarla a cumplir su preciado sueño de viajar en avión o simplemente a escapar de las garras del gobierno. Entre esos personajes secundarios destaca la presencia de un irreconocible Rodrigo Santoro como Cadu, el conductor de un barco que cruza el Amazonas.
En el rol protagonista, la veterana actriz Denise Weinberg ofrece una actuación sensacional, otorgándole dignidad, fortaleza, inteligencia y optimismo a Tereza. Como su personaje central, Sendero azul es una película que se niega a ser encasillada, que desafía las expectativas y coquetea con el realismo mágico para dejarse seducir por los placeres sencillos de una vida conectada con la naturaleza y libre de prisiones literales o mentales.
Calificación: 7/10.
Calificación: 7/10.
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