Festival de Cine de Lima 2025: Vino la noche y El príncipe de Nanawa

Luego de comentar las películas Punku y Sendero azul, ahora comparto mis críticas de dos filmes que forman parte de la Competencia Latinoamericana Documental en la edición N° 29 del Festival de Cine de Lima: Vino la noche (Premio Especial del Jurado y Premio FIPRESCI a la mejor película en el Festival de Karlovy Vary) y El príncipe de Nanawa (Premio a la mejor película de la Competencia internacional en el Festival Visions du réel).


Vino la noche (Perú, 2024) es una experiencia cinematográfica inmersiva, que nos envuelve en las texturas suaves (la camaradería) y duras (el entrenamiento militar) de un grupo de jóvenes soldados. La película propone un viaje de un largo día hacia la noche (como el título de la obra teatral de Eugene O’Neill), de la luz hacia la oscuridad que cubre a estos jóvenes militares.

Durante cerca de 90 minutos la cámara sigue con paciencia y sigilo a un grupo de soldados que son alumnos del Curso de Operaciones Especiales de la Fuerza Aérea del Perú, tanto en exámenes médicos, como haciendo ejercicios y recibiendo todo tipo de entrenamiento para formarse como las Fuerzas Armadas del futuro.

Por ejemplo, impacta la escena en las que los soldados deben levantar sus cuerpos de la cintura para arriba, mientras cargan con los brazos un pesado tronco que lleva una inscripción: “El dolor es temporal”. Se graba en la retina otra escena en la que ellos son sumergidos en agua helada y son obligados a permanecer allí el mayor tiempo posible sin siquiera poder agarrarse del borde de la piscina, o de lo contrario, la bota de un militar de mayor rango alejará los dedos de los soldados de ese espacio seguro.

Sin embargo, el cineasta Paolo Tizón (director, productor, guionista, camarógrafo y editor de la película) no solo retrata los momentos difíciles y dolorosos del entrenamiento militar. También le interesa mostrar una faceta mucho menos asociada a los soldados en el imaginario cinematográfico: el espacio de la ternura, de los afectos, de la vulnerabilidad. Los oímos hablar entre ellos sobre sus novias, los vemos conversar por videollamada con sus padres y observamos cómo se echan uno al lado del otro sobre una cama y descansan su cabeza sobre el hombro del compañero, mientras confiesan sus sueños y anhelos más íntimos.

Desde las soleadas escenas del inicio, la película avanza progresiva e inexorablemente hacia un clímax en el que la pantalla queda sumergida en el negro más absoluto, mientras el sonido crea una imagen mental de pesadilla: los soldados marchan mientras repiten arengas, uniendo sus voces en un solo discurso mecánico y repetitivo. Durante ese momento, el entrenamiento militar los hace descender a la oscuridad de una aparente deshumanización, hacia una ceguera en la que ni ellos mismos pueden ver que pretender convertirlos en máquinas para matar. Pero luego de la noche más oscura, viene otro día y, lejos del cuartel, lejos de los superiores que ejercen la violencia verbal, la humanidad de los jóvenes soldados vuelve a brillar y la ternura vuelve a asomar.

Calificación: 7/10.


El príncipe de Nanawa (Argentina, 2025) es una película cautivadora sobre distintos tipos de fronteras reales y figuradas: las que separan a dos países (Argentina y Paraguay) y también las que dividen a la niñez y la adolescencia, la inocencia y la madurez, la vida antes de la pandemia y después de la pandemia, la autora de una obra y su creación, el sujeto que filma y el objeto filmado.

Hace más de una década, la directora argentina Clarisa Navas (Las mil y una) estaba realizando unas entrevistas a distintas personas que laboran en un mercado en Nanawa, ciudad de Paraguay que queda en la frontera con Argentina. En medio del caos del comercio y el contrabando, conoció a Ángel Stegmayer, un niño que tenía en ese entonces 9 años y que se desenvolvía frente a la cámara con una expresividad y una franqueza que resultaban arrebatadoras. A lo largo de los siguientes 10 años, Clarisa y su equipo vuelven cada año a conversar con él y filmar esos encuentros.

Siguiendo una premisa similar a la que usó Richard Linklater en la película de ficción Boyhood, Clarisa Navas filma durante una década a un niño que se convierte luego en adolescente y finalmente en joven, pero no desde el entorno controlado de la ficción, sino desde el registro incontrolable, impredecible y cambiante de la no ficción, es decir, de la vida real, de una existencia que no está escrita por un guion, sino que va siendo moldeada por los volubles cambios sociales y económicos que afectan a su familia, su localidad y su país.

Con una duración de 3 horas y 32 minutos, la película está dividida en dos partes y cuenta con un intermedio que aterriza en el momento preciso en el que llega la pandemia de COVID a la vida de Ángel y a todo el planeta. En la primera mitad, Ángel es un niño soñador, perspicaz y locuaz, que habla con soltura de una gran variedad de temas que van de la prohibición que le imponen sus maestros a no hablar en guaraní hasta el aborto y el alcoholismo. En la segunda mitad, Ángel es un adolescente y un joven obligado a madurar desde temprana edad, teniendo que trabajar para ser el soporte económico de su familia: primero de su madre y luego de su novia y su pequeño hijo recién nacido.

El príncipe de Nanawa es un documental tan bello como conmovedor, tan revelador como reflexivo, sobre el implacable paso del tiempo en la vida de una persona y, a partir de él, en la vida de su comunidad, registrando con naturalidad y sensibilidad los cambios físicos de Ángel, pero también los cambios de personalidad y de motivaciones, sus cuestionamientos al propio proceso de registrar su vida íntima y la pérdida de la inocencia que llega con los golpes propios de la madurez. Junto a Clarisa y su equipo, vemos a Ángel crecer y dejar paulatinamente el cascarón del niño que tenía un futuro prometedor, para conocer a un adolescente que no pierde su curiosidad y luego a un joven que se enfrenta a retos que intenta sortear como puede, siempre situado en la frontera entre lo que quiere hacer y lo que debe hacer.

Calificación: 8/10.

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