Hasta que nos volvamos a encontrar: Un producto hecho por el algoritmo del consumo rápido
Hasta que nos volvamos a encontrar (Perú 2022) es un contenido audiovisual destinado a promover el turismo hacia el Perú, que se disfraza de comedia romántica. La exhibición de los paisajes de nuestro país es el evidente gancho sobre el cual han colgado un romance trillado entre dos personajes esquemáticos, apenas esbozados.
Salvador Campodónico (Maxi Iglesias) es un arquitecto español adicto al trabajo que llega a Cusco con la intención de construir un hotel de siete estrellas para una gran corporación, propiedad de su padre. Se hospeda en un Airbnb donde conoce a Ariana (Stephanie Cayo) y la atracción es instantánea. Pero ella se opone a que él construya ese gran hotel en el terreno de su familia, lo que supone un obstáculo para su relación.
A partir de allí, la trama sigue el mismo recorrido previsible visto una infinidad de veces en comedias románticas: dos polos opuestos se atraen, se repelen y se vuelven a atraer, mientras cualquier atisbo de conflicto desaparece como por arte de magia. O por arte del algoritmo.
Evidentemente no toda película tiene por qué ser innovadora ni redefinir su propio género cinematográfico, pero esta comedia, además de seguir una fórmula gastada, tiene fallas estructurales, sobre todo en el guion y la dirección de Bruno Ascenzo. Los protagonistas constantemente muestran contradicciones entre lo que afirman y lo que hacen. Su recorrido no fluye orgánicamente, sino que aparecen de manera forzada en distintos atractivos turísticos como si tuvieran que completar un check list.
Por otro lado, los diálogos tienden a declamar frases hechas sobre las bondades turísticas o gastronómicas del Perú, como si formaran parte de un aviso publicitario y no de una ficción. Mientras tanto, los personajes con los que se pretende dar una visión inclusiva (una mujer trans, una chica afroperuana, unas señoras cusqueñas o puneñas, un chico con Síndrome de Down) prácticamente no tienen diálogos, son elementos meramente decorativos.
En cuanto al elenco, ni Stephanie Cayo ni Maxi Iglesias tienen la convicción suficiente para hacer creíbles los dilemas ni las motivaciones de sus personajes. Por lo menos Cayo tiene un carisma intermitente (se prende y se apaga) en un par de escenas, pero Iglesias ofrece una actuación más plana y sin matices. En roles secundarios, buenos actores como Wendy Ramos, Amiel Cayo, Mayella Lloclla o Rodrigo Palacios son desaprovechados en personajes sin mayor desarrollo.
Se nota el profesionalismo de un equipo técnico que ha tratado de captar de la mejor manera posible la imponente majestuosidad de Machu Picchu y otros destinos turísticos del Perú. Pero las buenas intenciones de promover el turismo escapan a un análisis cinematográfico, en el que queda poco que rescatar, al margen de la belleza de los paisajes y un par de chistes de Wendy Ramos. Todo lo demás acusa una falta de gracia y un exceso de artificialidad que parecen dictadas por el algoritmo del consumo rápido de Netflix.
Calificación: 3/10.
Esta película está disponible en la plataforma de streaming Netflix.
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