Festival de Cine Al Este 2025: La cocina y Kontinental '25
Comparto mis críticas de dos películas que forman parte de la programación de la edición N° 16 del Festival de Cine Al Este: la mexicana La cocina y la rumana Kontinental '25. Ambas compitieron por el Oso de Oro en el Festival de Berlín en 2024 y 2025, respectivamente.
La cocina (México / Estados Unidos, 2024) nos transporta a un frenético restaurante de Manhattan, donde se entrecruzan las historias personales de los cocineros, los lavaplatos y las meseras, muchos de ellos latinoamericanos y árabes. A lo largo de una jornada particularmente tensa y ajetreada, el menú del día está conformado por acusaciones de robo, discusiones violentas, declaraciones de amor, risas y desilusiones, mientras el plato de fondo es una agridulce reflexión sobre la explotación laboral, los sacrificios y la deshumanización de los migrantes que persiguen el sueño americano.
Es viernes en The Grill, un restaurante ubicado en el corazón de Times Square, en Nueva York. Mientras Estela (Anna Díaz), una migrante mexicana llega allí para pedir trabajo y es contratada luego de una fugaz entrevista, el administrador Luis (Eduardo Olmos) recibe una misión de su jefe: encontrar los 800 dólares que han desaparecido de la caja el día anterior. Para ello, debe interrogar a todos los trabajadores, pero pronto sus sospechas recaen en el cocinero mexicano Pedro (Raúl Briones) y la mesera estadounidense Julia (Rooney Mara), quienes son pareja.
En su cuarto largometraje, el cineasta mexicano Alonso Ruizpalacios adapta la obra teatral The Kitchen (1957) del dramaturgo británico Arnold Wesker, pero la trae a un contexto más contemporáneo, para poner sobre el tapete la realidad de los inmigrantes indocumentados en Estados Unidos, que provienen en su mayoría de América Latina, pero también de Asia y África y que, a pesar de llegar con muchas ilusiones y proyectos a ese país, en muchos casos terminan abandonando sus sueños para ser absorbidos por la maquinaria del capitalismo salvaje, los abusos laborales y las largas rutinas de trabajo que pasan como una aplanadora por encima de las necesidades de cada ser humano, incluyendo su salud física y mental.
Al igual que en sus tres largometrajes anteriores (Güeros, Museo y Una película de policías), Ruizpalacios demuestra un espíritu lúdico y curioso para explorar las posibilidades de la narración y el lenguaje cinematográfico, haciendo que la cámara se mueva de forma hiperactiva por cada rincón de la cocina y el restaurante, filmando las imágenes en un contrastado blanco y negro que expresa los matices de gris que esconde la historia personal de cada personaje y alternando en el montaje varias subtramas paralelas con un sentido de ritmo y urgencia que acelera la tensión.
En medio de esa experimentación formal y narrativa, a Ruizpalacios se le pasa un poco la sal en el tramo final y pierde temporalmente el control de sus ingredientes cuando el guion y la puesta en escena entran en un estado de descontrol e histeria que parece una sinfonía caótica, lejos de la sutileza que tienen las escenas más calmadas y poéticas, como aquel momento en el que un grupo de cocineros se turnan para narrar cada uno un sueño. En su desenlace, La cocina nos regala como postre un bello encuadre final, en el que los pequeños brotes de color se rebelan no solo contra la rutina y la realidad gris, sino contra el sistema mismo que aplasta a los trabajadores y sus sueños.
Calificación: 7/10.
Kontinental '25 (Rumanía, 2025) se balancea entre los extremos de la sátira y la tragedia para mostrar un retrato incisivo, sarcástico y desesperanzador no solo de la sociedad rumana contemporánea, sino de Europa, el continente que la alberga, donde junto a los modernos proyectos inmobiliarios se alzan las columnas de la gentrificación, el nacionalismo exacerbado, la xenofobia, el individualismo y la indiferencia (cuando no el desprecio) hacia aquellos que viven en los márgenes.
La cocina (México / Estados Unidos, 2024) nos transporta a un frenético restaurante de Manhattan, donde se entrecruzan las historias personales de los cocineros, los lavaplatos y las meseras, muchos de ellos latinoamericanos y árabes. A lo largo de una jornada particularmente tensa y ajetreada, el menú del día está conformado por acusaciones de robo, discusiones violentas, declaraciones de amor, risas y desilusiones, mientras el plato de fondo es una agridulce reflexión sobre la explotación laboral, los sacrificios y la deshumanización de los migrantes que persiguen el sueño americano.
Es viernes en The Grill, un restaurante ubicado en el corazón de Times Square, en Nueva York. Mientras Estela (Anna Díaz), una migrante mexicana llega allí para pedir trabajo y es contratada luego de una fugaz entrevista, el administrador Luis (Eduardo Olmos) recibe una misión de su jefe: encontrar los 800 dólares que han desaparecido de la caja el día anterior. Para ello, debe interrogar a todos los trabajadores, pero pronto sus sospechas recaen en el cocinero mexicano Pedro (Raúl Briones) y la mesera estadounidense Julia (Rooney Mara), quienes son pareja.
En su cuarto largometraje, el cineasta mexicano Alonso Ruizpalacios adapta la obra teatral The Kitchen (1957) del dramaturgo británico Arnold Wesker, pero la trae a un contexto más contemporáneo, para poner sobre el tapete la realidad de los inmigrantes indocumentados en Estados Unidos, que provienen en su mayoría de América Latina, pero también de Asia y África y que, a pesar de llegar con muchas ilusiones y proyectos a ese país, en muchos casos terminan abandonando sus sueños para ser absorbidos por la maquinaria del capitalismo salvaje, los abusos laborales y las largas rutinas de trabajo que pasan como una aplanadora por encima de las necesidades de cada ser humano, incluyendo su salud física y mental.
Al igual que en sus tres largometrajes anteriores (Güeros, Museo y Una película de policías), Ruizpalacios demuestra un espíritu lúdico y curioso para explorar las posibilidades de la narración y el lenguaje cinematográfico, haciendo que la cámara se mueva de forma hiperactiva por cada rincón de la cocina y el restaurante, filmando las imágenes en un contrastado blanco y negro que expresa los matices de gris que esconde la historia personal de cada personaje y alternando en el montaje varias subtramas paralelas con un sentido de ritmo y urgencia que acelera la tensión.
En medio de esa experimentación formal y narrativa, a Ruizpalacios se le pasa un poco la sal en el tramo final y pierde temporalmente el control de sus ingredientes cuando el guion y la puesta en escena entran en un estado de descontrol e histeria que parece una sinfonía caótica, lejos de la sutileza que tienen las escenas más calmadas y poéticas, como aquel momento en el que un grupo de cocineros se turnan para narrar cada uno un sueño. En su desenlace, La cocina nos regala como postre un bello encuadre final, en el que los pequeños brotes de color se rebelan no solo contra la rutina y la realidad gris, sino contra el sistema mismo que aplasta a los trabajadores y sus sueños.
Calificación: 7/10.
Orsolya (Eszter Tompa) trabaja como alguacil en Cluj, al noroeste de Rumanía y en el corazón de Transilvania. Ion (Gabriel Spahiu) es un ex atleta olímpico que en la actualidad deambula por las calles pidiendo limosna y sobrevive a duras penas ocupando el sótano de un edificio que va a ser demolido para construir un hotel boutique. Un día, Orsolya llega junto con unos gendarmes para desalojar a Ion, quien les pide que le den 20 minutos para poder guardar sus cosas. Ellos esperan fuera del edificio, pero al regresar se topan con una imagen terrorífica: el hombre se ha suicidado ahorcándose con un cable.
Tanto en el título como en el afiche y la premisa de Kontinental '25, el cineasta rumano Radu Jude rinde homenaje y lanza múltiples referencias a Europa '51 del italiano Roberto Rossellini. En ambas películas, una mujer de buena posición socioeconómica es consumida por la culpa luego de haber presenciado un hecho traumático e intenta aplacar el peso de su conciencia tratando de realizar alguna ayuda humanitaria. Pero mientras Rossellini abordaba su relato desde el drama y el neorrealismo, Jude lo hace desde un tono más tragicómico, satírico y mordaz, que nunca pierde de vista que la ironía es solo un vehículo para tratar temas sociales y políticos de gran pertinencia.
Tal y como hizo en la notable Bad Luck Banging or Loony Porn (por la que ganó el Oso de Oro en el Festival de Berlín), en Kontinental '25 Radu Jude vuelve a lanzar sus dardos con precisión hacia los costados menos amables de la sociedad rumana (que son compartidos por gran parte de la sociedad europea y occidental), tales como la superioridad moral, la hipocresía, el conservadurismo, la xenofobia y el egoísmo. Sumado a ello, compone algunos inspirados gags visuales como el panel de un político cuya sonrisa se ve coronada por un poste de luz que forma el bigote de Hitler o la provocadora imagen de la protagonista Orsolya rezando de rodillas al costado de un árbol mientras un dinosaurio mecánico ruge detrás de ella en un destartalado parque de diversiones.
Pero esta vez, Radu Jude le agrega un matiz más reflexivo y hasta filosófico a sus dardos envenenados, al explorar la culpa que lleva a Orsolya a una crisis existencial y a cuestionar si ella es responsable de los abusos que comete un sistema implacable e insensible. Mientras esta mujer conversa con distintos interlocutores a lo largo de la película e intenta distintas estrategias para calmar los susurros acusatorios que le dicta su conciencia, Jude nos invita a preguntarnos si las buenas intenciones y los pequeños actos de altruismo son suficientes para detener a los poderes empresariales y políticos que trabajan para el beneficio de unos pocos y empujan a los desplazados y marginados hacia el borde del abismo, allá donde no sean un obstáculo para el progreso económico.
Calificación: 8/10.
Tanto en el título como en el afiche y la premisa de Kontinental '25, el cineasta rumano Radu Jude rinde homenaje y lanza múltiples referencias a Europa '51 del italiano Roberto Rossellini. En ambas películas, una mujer de buena posición socioeconómica es consumida por la culpa luego de haber presenciado un hecho traumático e intenta aplacar el peso de su conciencia tratando de realizar alguna ayuda humanitaria. Pero mientras Rossellini abordaba su relato desde el drama y el neorrealismo, Jude lo hace desde un tono más tragicómico, satírico y mordaz, que nunca pierde de vista que la ironía es solo un vehículo para tratar temas sociales y políticos de gran pertinencia.
Tal y como hizo en la notable Bad Luck Banging or Loony Porn (por la que ganó el Oso de Oro en el Festival de Berlín), en Kontinental '25 Radu Jude vuelve a lanzar sus dardos con precisión hacia los costados menos amables de la sociedad rumana (que son compartidos por gran parte de la sociedad europea y occidental), tales como la superioridad moral, la hipocresía, el conservadurismo, la xenofobia y el egoísmo. Sumado a ello, compone algunos inspirados gags visuales como el panel de un político cuya sonrisa se ve coronada por un poste de luz que forma el bigote de Hitler o la provocadora imagen de la protagonista Orsolya rezando de rodillas al costado de un árbol mientras un dinosaurio mecánico ruge detrás de ella en un destartalado parque de diversiones.
Pero esta vez, Radu Jude le agrega un matiz más reflexivo y hasta filosófico a sus dardos envenenados, al explorar la culpa que lleva a Orsolya a una crisis existencial y a cuestionar si ella es responsable de los abusos que comete un sistema implacable e insensible. Mientras esta mujer conversa con distintos interlocutores a lo largo de la película e intenta distintas estrategias para calmar los susurros acusatorios que le dicta su conciencia, Jude nos invita a preguntarnos si las buenas intenciones y los pequeños actos de altruismo son suficientes para detener a los poderes empresariales y políticos que trabajan para el beneficio de unos pocos y empujan a los desplazados y marginados hacia el borde del abismo, allá donde no sean un obstáculo para el progreso económico.
Calificación: 8/10.
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