Belfast: La infancia vista por el espejo retrovisor

En Belfast (Reino Unido 2021) el director Kenneth Branagh narra, con un filtro cálido, amable y algo ingenuo, su propia infancia en Irlanda del Norte a finales de los años 60, cuando vivía arropado por el cariño de su familia, motivado por su burbujeante imaginación y preocupado por el caos político y social que estallaba a su alrededor. 

El alter ego de Branagh es Buddy (Jude Hill), un niño de 9 años que vive con sus padres, sus abuelos y su hermano en un barrio de clase trabajadora en Belfast. Entre juegos, travesuras y descubrimientos, su infancia transcurre envuelta en una refrescante brisa de felicidad, a pesar de los apuros económicos que angustian a sus padres. Todo se complica cuando el conflicto entre protestantes y católicos escala en su vecindario hasta tomar la forma de atentados y actos violentos.


Como hicieran Alfonso Cuarón en
Roma o Paolo Sorrentino en Fue la mano de Dios, Branagh mira por el espejo retrovisor y se nutre de sus recuerdos de infancia para armar un relato de aprendizaje (coming of age) en el cual el protagonista crece a partir experiencias que lo marcan de por vida. Pero a diferencia de sus pares de México e Italia, Belfast opta por una mirada bastante más naíf, despreocupada y optimista, mucho menos cínica.

Por ese tono lúdico y por adoptar el punto de vista inocente de un niño en medio de un entorno conflictivo, la película comparte cierta similitud con Jojo Rabbit. Felizmente, Branagh no se regodea en las caricaturas gruesas ni en el maniqueísimo de la película de Taika Waititi, sino que elige contar su propia historia poniendo un mayor énfasis en los fuertes lazos afectivos que establece Buddy con cada uno de los integrantes de su familia, pero sin caer en excesos ni golpes bajos. 

En la exploración de esas dinámicas familiares reside la mayor fortaleza de Belfast. Y para lograrlo, resulta clave el formidable desempeño del elenco adulto, integrado por Caitríona Balfe y Jamie Dornan como los padres de Buddy, así como Judi Dench y Ciarán Hinds, en los roles de los abuelos. Todos se lucen, pero la verdadera estrella es el pequeño Jude Hill, quien se convierte en un manantial interminable de ternura, carisma y una gran capacidad para mostrar un genuino asombro ante cada hallazgo que la vida le ofrece.


La factura técnica es impecable y evidencia la pericia de Branagh, un director con una filmografía ecléctica que va desde adaptaciones de Shakespeare y Agatha Christie hasta blockbusters de Marvel (
Thor) y versiones live action de clásicos animados de Disney (Cinderella). Destaca especialmente la fotografía en blanco y negro, con sus esporádicas apariciones de color cuando Buddy asiste al cine o al teatro, que le da un aura de ensueño al relato. 

Belfast es una historia personal (la de su propio director), pero al anclarse en temas universales como el amor familiar, la nostalgia por un pasado feliz y la necesidad de migrar, se convierte en un crowd pleaser, es decir, una película que conquista al público a partir de la emoción, más que por la razón. Sí, tiene ciertos raptos ocasionales de sentimentalismo, pero la mayor parte de su tejido se compone de momentos entrañables, que capturan la esencia reconfortante de una niñez que, a pesar de las dificultades, se recuerda con una sonrisa nostálgica.

Calificación: 7/10.

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