Bardo: Un despliegue de narcisismo y grandilocuencia

En Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades (México 2022), el cineasta mexicano Alejandro González Iñárritu se crea un alter ego a través del cual pretende exorcizar sus demonios, complejos, frustraciones y revanchas personales contra sus detractores. Pero en esta catarsis no hay espacio para la autocrítica. Por el contrario, es un despliegue insufrible de narcisismo, arrogancia, grandilocuencia y desprecio al otro, incluyendo al espectador.

El alter ego en mención es Silverio Gama (Daniel Giménez Cacho), un reconocido periodista y documentalista mexicano que radica en Estados Unidos. Al regresar a México para recibir un premio, se enfrasca en una serie de preguntas y divagaciones sobre su identidad personal, profesional y nacional.


Para narrar este viaje del protagonista hacia sus orígenes, el guion (coescrito por el director junto a Nicolás Giacobone) presenta una sucesión de escenas en las que Silverio tiene unas interminables conversaciones filosóficas consigo mismo y también dialoga con su esposa, sus hijos y sus padres, así como los amigos y colegas con los que se reencuentra en su patria. ¿Pero sigue siendo su patria esta tierra en la que todos parecen adularlo falsamente y odiarlo en secreto? ¿Será que González Iñárritu… quiero decir, Silverio cree que los demás son unos resentidos y envidian su éxito?

Al director de Amores perros, Birdman y The Revenant no le basta contar solo su propia biografía, también quiere filosofar sobre el arte, el propósito de la vida y la historia de su país. Pretende abarcar demasiado terreno y termina recargando el relato hasta volverlo tan pesado e hinchado que apenas puede moverse. Por ejemplo, no se aguanta las ganas de recrear escenas de la guerra entre Estados Unidos y México en el castillo de Chapultepec, aunque no tenga relación alguna con la trama principal de Silverio. 

Peor aún, en esa búsqueda incansable de efectismo, González Iñárritu escenifica de la forma más burda posible el drama de los desaparecidos y víctimas de la violencia en su país, a quienes representa como una pila de cadáveres que el protagonista pisotea mientras la cámara lo sigue. Supuestamente debemos creer que todo es una metáfora de la indiferencia hacia las víctimas, pero la puesta en escena es de un sensacionalismo y una insensibilidad que resultan chocantes.


En este despropósito de película, es muy poco lo que se puede rescatar. Daniel Giménez Cacho, sin duda uno de los mejores actores mexicanos, se entrega a la titánica tarea de encontrar rastros de humanidad en el personaje de Silverio. Y el director de fotografía Darius Khondji realiza proezas impresionantes con la cámara, de hecho tan impresionantes que llaman la atención sobre sí mismas y opacan las acciones que transcurren en la pantalla.

“La vida no es más que una pequeña serie de eventos sin sentido”, dice con gran solemnidad el personaje del padre muerto de Silverio. La misma definición se puede aplicar a Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades, una película que acumula rebuscadas metáforas visuales y situaciones incoherentes con las que González Iñárritu intenta hacer una autobiografía con la que desea demostrar a toda costa su supuesta genialidad. En este acto de desvergonzada autocomplacencia, el director se erige un monumento a sí mismo y lo usa para aplastar a todo lo que encuentra a su paso.

Calificación: 3/10.

Esta película está disponible en Netflix.

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